sábado, 13 de agosto de 2011

LOS VERTICES ROJOS(novela)



    LOS VERTICES ROJOS.
I


Tenía 18 años, en aquel entonces. Corría el mes de octubre y por algún capricho del clima llovía a cantaros.  Al salir del apartamento de mi hermana, corrí hasta la parada de autobuses en un vano esfuerzo de preservar mi ropa seca y al llegar a los banquillos, me senté para sacar el agua de mis zapatos. Observe a mi alrededor, quería asegurarme de estar solo; pues mi mente virginal me impedía retirar las prendas de vestir frente a otros. A través del enorme y nublado muro de agua no se veía más que oscuridad, entonces me quite un zapato.
—Buenas noches —La frase casi me hizo caer del asiento. Interpreté el repentino saludo como un “dame tu cartera idiota y no me mires a la cara”. ¿Quién si no un bandido aparecería tan repentinamente?; pero ¿qué bandido saludaría? Seguramente un bandido educado y de buena familia tendría rasgos de buenos modales a pesar de su deshonesto proceder; habría sido ingenuo de mi parte pensar así, eso sería imposible. Quizás éste me saludaba para burlarse de mí mientras me despojaba de mis míseras monedas—He dicho: buenas  noches.
Perfecto. Un malhechor no repetiría el saludo, un malhechor me golpearía en la nuca con su arma, me robaría y huiría con una sonrisa en los labios. No podía ser un malhechor porque además había un tono delicado en las palabras. Me atreví a salir de la parálisis momentánea en la que me encontraba, gire el cuello y mis ojos describieron al pie de la letra una de las fantasías más comunes de mis inquietas veladas solitarias.
Se trataba de una chica  pelirroja empapada de la cabeza a los pies. Llevaba puesta una pequeña franelilla blanca que inútilmente trataba ocultar sus firmes y bien dotados pechos; pues ese efecto bendito del agua sobre la ropa mojada había hecho de las suyas. Vestía también un pantalón de camuflaje verde que se ajustaba perfectamente a sus curvas y  llevaba puestas botas de punta de hierro. Mientras se exprimía el cabello me sonreía y con una profunda mirada de color azul me exigía  la respuesta a su saludo. Cuando salí de mi asombro tartamudee un “hola” mientras intentaba ocultar mi pie descalzo.
La chica se sentó a mi lado y mientras ella miraba al frente, yo la miraba a ella. De pronto tuve la sensación de que volteaba hacia mí, así que rápidamente cambie mi mirada al frente, saque mi celular  y fingí ver la hora.
— ¡Que tarde es! —dije luego de guardar el celular y observar la calle en una falsa búsqueda de algún autobús.
—¿Si, y   …que hora es?_
—Ah… no lo sé, solo creo que es tarde. Supongo que debe serlo.
— ¿No lo sabes? Y ¿No acabas de ver la hora en tu celular?
__Ah… si... bueno es que me quede sin baterías— mentí —. Mi celular está  muerto. ¿Qué hora tienes tú?
—Las nueve —respondió mientras dejaba escapar una agradable sonrisa; pero como la vida está repleta de situaciones penosas e incomodas, su sonrisa se borró cuando el estridente sonido de una canción dejo en evidencia que alguien me llamaba al celular. Lo único que se me ocurrió fue decir:
 —Parece que aún tiene fuerzas —aunque no podía verme, sé que sonreí con cara de tonto.
—Entonces responde antes de que se apague de nuevo —dijo ella arqueando una ceja.
Sabía que había sarcasmo en sus palabras, aun así le dije:
—Si será mejor que me dé prisa.
Al ver la pantalla de mi celular descubrí que se trataba de mi madre, entonces colgué rápidamente para darle un toque de verdad a mi mentira.
— ¡Demonios! Ahora si se apagó completamente— La mire de reojo y me di cuenta que volvía a sonreír, así que agregue — ¿Me prestarías tu celular para  enviar un mensaje?

La chica se quitó una de sus botaslo que me puso aún más nervioso y saco el celular que guardaba en su media. El celular estaba completamente mojado por lo que no encendió.
—Bueno, no es tu día de suerte, amigo —dijo sacudiendo el celular en el aire.
—Supongo que no.
— ¿Cómo te llamas? —pregunto de repente.
—Allan —dije—¿Cuál es tu nombre?
—Oye Allan ¿vives cerca de aquí?.
—Sí , vivo a unas cuantas calles de aquí; cerca del centro. ¿Tu dónde vives?
— ¿Por qué escondes tu pie derecho?¿ Te pasa algo? —Preguntó evadiendo mi pregunta otra vez. Me había descubierto, así que me limite a sonreír falsamente y me coloque el zapato—Creo que no van a pasar más  autobuses; lo digo por la hora que es— me informó al mirar de nuevo su masculino reloj y agregó— ¿Quieres caminar?
— ¿Caminar? Está lloviendo todavía.
—Claro, como si existiera la posibilidad de estar aún más mojados —sonrió.
—Tienes razón.
Nos fuimos entonces y durante todo el camino ella preguntaba y yo respondía, a veces yo preguntaba, y ella solo me hacia otra pregunta o dejaba que los truenos me respondieran. Al llegar a una esquina se despidió dándome un corto y rápido beso en la boca y luego corrió hasta perderse en la oscuridad de una de las calles. Aunque parezca mentira en mis 18 años era la primera vez que una mujer me besaba y la sensación fue maravillosa. Cerré los ojos por un momento, para recordar esa sensación, para sentir una vez más sus cálidos labios besando los míos tan siquiera en mi memoria. “Qué locura” pensé al   recordar todas esas sensaciones. Continuaba recordando, cuando sentí un frió concentrado en la parte trasera de mi cuello y oí a alguien decir: “Dame tu cartera idiota y no me veas a la cara”.